Esta semana que termina, la primera después de las elecciones del 10 de abril, el interés de muchos comentaristas y observadores estuvo en lo que hará o dejará de hacer el Frente Amplio. Se han pronunciado sobre el tema influyentes columnistas como, entre otros, Eduardo Dargent, Luis Davelouis y Mirko Lauer; ha editorializado al respecto El Comercio; y ha habido un intenso debate en las redes sociales (donde incluso se acusa a la izquierda de poco menos que traición a la patria por “arriar las banderas del antifujimorismo” y no declarar ya, pero ya, que votará por PPK haga este lo que haga y diga lo que diga).
Todos han dicho, en sus distintos estilos, más o menos lo mismo: en este momento crítico, el Frente Amplio debe deponer su belicosidad de campaña y acercarse a PPK para hacerle desde ahora contrapeso al fujimorismo. Es curioso, porque de todas las fuerzas que participaron en la primera vuelta, esta es la única que ha expresado con claridad y sin atenuantes, esta misma semana, su rechazo frontal al retorno del fujimorismo al ejecutivo.
Lo ha hecho la excandidata Verónika Mendoza (“el retorno del fujimorismo sería nefasto para el Perú”), no una sino varias veces, y lo sigue haciendo hoy incluso por partida doble. Y lo ha hecho la congresista electa Marisa Glave (mientras un periodista, a estas alturas, la seguía acusando de proterrorista y aliada del chavismo). Y cuando digo que esta fuerza es la única en hacer esto, es que es la única: ni siquiera PPK o sus allegados, que siguen en la balota, han aparecido zanjando con Fuerza Popular y lo que su control absoluto del Estado significaría. Entre tanto, todos los demás han desaparecido discretamente del escenario.
Es comprensible la atención que se le presta ahora a la candidatura que quedó tercera: para ganar —y sus posibilidades son pocas, como también se ha dicho con insistencia en estos días—, PPK necesita el voto antifujimorista, que en la primera vuelta estuvo mejor (pero no únicamente) expresado por el Frente Amplio. Y muchos votantes de izquierda tienen una clara reticencia a darle su apoyo quien ha sido por décadas uno de sus más emblemáticos enemigos. Pero la realidad es que eso no es lo único que necesita PPK. De hecho, es probable que ni siquiera sea lo más urgente para él: la maniobra casi imposible que deberá ejecutar es la de hacerse con esos votos sin espantar a los propios, e incluso capturando algunos de los que prefirieron a Keiko hace tan solo unos días. Y debe hacerlo en competencia con una candidata que tiene mucho más margen de maniobra para jugar hacia el centro.
Por eso llama la atención que se esté mirando tan escasamente a lo que ocurre en ese lado de la contienda, el lado derecho, que será sin duda decisivo. Y lo será en condiciones distintas a la que le tocan al Frente Amplio y sus votantes: la segunda vuelta es entre dos opciones de derecha, y ambas deberían ser suficientemente cómodas para ese sector del electorado. Pero al parecer no lo son.
Para lograr con éxito la maniobra que he descrito, PPK tiene en las manos un argumento potente y efectivo. El fujimorismo tendrá control absoluto del parlamento, gracias a sus 71 congresistas. A eso no hay vuelta que darle, y el poder que les otorga esa situación es inmenso. Si acceden también al ejecutivo, su copamiento del Estado será total. No hace falta ser de izquierda para entender los enormes peligros que eso representa, y no hace falta ser demasiado astuto para saber que enfocándose en ese tema PPK podría hacer una buena campaña.
Algunos voceros de cierta derecha lo saben, y han empezado a salir con el argumento contrario. Un buen ejemplo es Juan José Garrido, director de Peru21, quien el viernes en su columna aseguró a sus lectores que darle el voto a PPK significaría “la imposibilidad de las reformas clave” que el Perú necesita, aunque haya un mínimo de equilibrio de poderes, y que darle al fujimorismo el resto del Estado no es un peligro porque “los medios” no les permitirán ningún abuso.
El argumento es, por supuesto, enteramente falaz. ¿Cuáles son las “reformas clave” que PPK querría hacer y el fujimorismo bloquearía? Y si creemos que el fujimorismo en el parlamento bloquearía esas “reformas clave”, ¿cómo así las buscaría ejecutar ese mismo fujimorismo en el ejecutivo? Y etcétera. Pero la lógica no parece ser lo que importa. De lo que se trata es de poner pronto en flotación una respuesta al posible posicionamiento de PPK como garantía mínima del equilibrio de poderes (posicionamiento que, dicho sea de paso, el propio candidato no ha empezado todavía a adoptar, aunque sus propios opinólogos se lo recomiendan). Que no te asuste darle demasiado poder al fujimorismo, dicen. Todo estará bien, porque así se podrá gobernar y tenemos a EPENSA y el Grupo El Comercio para defendernos si se les ocurre alguna viveza. Tal cual.
Esto me parece mucho más preocupante que lo que haga o deje de hacer la izquierda esta semana o la próxima. Un sector de los medios de comunicación, representativo de las opiniones del gran empresariado, tiene ante sí dos opciones ideológicamente similares, ninguna de las cuales significa para ellos el más mínimo peligro. Y de entre esas opciones, están empezado a escoger la de darle control absoluto el Estado a Fuerza Popular, un partido que tiene (¿realmente es necesario decirlo?) un larguísimo prontuario criminal, corrupto y antidemocrático.
Entiéndase: no tienen que hacerlo. Personas como Juan José Garrido (y no es el único: hoy lo han hecho también Enrique Pasquel y Federico Salazar) no perderían un ápice de su identidad ideológica llamando a votar por PPK en nombre de la institucionalidad y el equilibrio de poderes. No lo hacen —más bien, hacen lo contrario, llamando solapadamente a votar por Keiko Fujimori en aras de las “reformas”— porque no quieren. Y a ellos nadie les está pidiendo que hagan el más mínimo gesto de acercamiento hacia la oferta electoral que atenúa, siéndoles además enteramente empática, el riesgo del autoritarismo.
Eso debería cambiar pronto.