Hace un par de semanas, El espía del Inca de Rafael Dumett recibió el Premio Luces que entrega el diario El Comercio con el auspicio de la Fundación BBVA, en la categoría “Mejor Novela” para el año 2018.

En un premio como el Luces, la designación “Mejor Novela” (o “Mejor” cualquier cosa) puede llevar a engaño: en realidad, no se trata de un reconocimiento a la supuesta calidad del producto según la evalúe un jurado de especialistas, sino de una encuesta en línea, abierta al público durante un periodo determinado, en la que los votantes se manifiestan a favor de aquel disco, libro, película, serie, actor, actriz, concierto, evento cultural y hasta restaurante que más ha resonado con ellos o que más les ha gustado. Además, se vota sobre ternas preseleccionadas por los organizadores, y no está muy claro (por decirlo de algún modo) con qué criterios se realiza esa preselección.

El método tiene evidentes limitaciones y no creo que haga falta incidir en ellas. Sin embargo, no es eminentemente descartable: en definitiva, dice algo de interés sobre el espacio en el que circulan nuestros productos culturales, sobre las preferencias de un sector de la platea y sobre los temas, modos y objetos que conectan de manera efectiva con la imaginación de su público en un momento determinado.

En el caso de El espía del Inca, debo decir que me ha alegrado mucho la constatación de su popularidad, que no estaba garantizada. Me ha alegrado por varias razones, y aquí quiero dar dos de ellas.

En primer lugar, la razón más obvia: a El espía del Inca, el calificativo de “Mejor Novela del Año” de ninguna manera le queda grande, pues realmente se trata de un logro literario monumental. (Di algunas de mis apreciaciones el pasado mayo en una presentación del libro, que puede verse aquí).

Escrita a lo largo de una década, basada en un trabajo de investigación amplio, profundo y detallado, El espía del Inca es también un ejercicio de imaginación y empatía narrativa que tiene pocos precedentes en la literatura peruana, y menos aún tiene pares en nuestra escena contemporánea. Manejando su caudalosa información con soltura e inteligencia, Dumett ha construido un relato de los eventos de Cajamarca en julio de 1533 —en muchos sentidos, la escena primordial, fundante, de la vida peruana— que fluye con la dialéctica de tensión y distensión de un thriller de espionaje de primer orden, y lo hace sin traicionar en ningún momento la vasta historiografía que existe sobre el tema y sin estereotipar, para ajustarlos a disputas o miradas actuales, a sus inolvidables protagonistas.

Sobre todo, Dumett ha tomado ese intenso y complejo material, sus contextos y sus realidades subyacentes, y ha hecho con todo ello una novela que no se olvida jamás de serlo, ni pretende ser otra cosa: una apuesta por la ficción como modo de conocimiento de las historias y las personas, suficiente en sí misma y capaz, gracias a un excelente manejo de las técnicas y convenciones del género, de capturar la imaginación del lector desde el arranque y no soltarla más.

La segunda razón por la que me ha alegrado que se le dé el premio Luces a El espía del Inca es que esto contribuye (o debería hacerlo) a despejar varios prejuicios dañinos que circulan y condicionan nuestra escena editorial.

Aparecida originalmente como e-book bajo el sello de LaMula Publicaciones en 2012 (aquí y aquí), la novela de Dumett demoró años en encontrar una casa editorial que se atreviera a lanzarla en formato impreso. Su reputación era la de un libro "difícil". A ella contribuyeron sin duda su estructura basada en parte en la de los quipus (el relato está organizado en base a cuerdas mayores y menores conectadas entre sí, significativas según su color, con nudos de formas diversas) y un esquema compositivo en el que la trama del pasado (la biografía del personaje central) y la del presente (el cautiverio del Inca y el proyecto de rescatarlo) se alternan en una larga marcha hacia el clímax narrativo, con importantes giros de lenguaje y tono.

También influyó, es de imaginar, la experta minuciosidad con la que Dumett construye y explora los universos mentales de sus personajes, ya sea el funcionario imperial de origen chanca en quien se focaliza la trama, el Inca cautivo y sus cortesanos, o los invasores españoles (y, por supuesto, auxiliares como Felipillo, un nombre icónico y fascinante en el cual, quizá más que en ningún otro, ese momento clave de la historia del Perú continúa vivo).

Aquellos universos son profunda y profusamente distintos entre sí, y el momento en el que se les retrata es el de su choque y estallido; más aún, son también muy distintos al nuestro, nos quedan lejos y nos son en buena medida ajenos, y sin embargo Dumett —este es uno de sus logros— no ceja nunca en el esfuerzo de mirarlos y escribirlos desde dentro. Y es así, en los mejores momentos de su relato, como nos permite leerlos.

Por último, hay que notar la extensión del libro. En la versión impresa tiene más de 700 páginas e incluye un glosario de términos quechuas y otro de español antiguo. No es difícil imaginar al editor responsable en un sello comercial contemplando la publicación de una novela con tales características, contrapesándola con lo que sabe o cree saber sobre los lectores peruanos y diciéndose: “Ni hablar. Es mucho”.

Debe quedar claro ahora que quien haya dicho eso estaba equivocado. Quizás es cierto que El espía del Inca es un libro difícil, pero solo desde el punto de vista de sus potenciales editores. No es un libro difícil de leer ni uno en el que sea difícil interesarse. El público lector claramente ha conectado con sus temas y sus perspectivas, no se ha amilanado ni ante la cantidad de páginas ni ante las aparentes complejidades del relato, y se ha dejado atraer por las claras resonancias que esta historia tiene con aspectos o problemas todavía abiertos de la identidad nacional y de la trabajosa relación de los peruanos con el pasado.

El éxito obtenido por Lluvia Editores tras su decisión de publicar la novela de Dumett (la primera edición se agotó; vale la pena anotar, además, que buena parte de sus ventas se dieron fuera de Lima) desmiente cualquier justificación que se haya dado antes para su rechazo. Me gustaría pensar que eso servirá para que más libros como este, que por una u otra razón se salen de las expectativas comerciales con las que se custodia el reducido mercado editorial en el Perú, encuentren oportunidades.

Pero incluso si ello no se da, no deja de ser motivo de celebración que esta novela se haya publicado en un nuevo formato y circule más ampliamente, que el público la abrace y la aprecie, y que se abra un espacio para más publicaciones de Rafael Dumett, uno de los escritores realmente valiosos con los que cuenta la literatura peruana actual.

(Columna aparecida originalmente en NoticiasSER.pe)


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