Desde mediados de los años 70 hasta su muerte, en 2016, Juan Javier Salazar fue un protagonista clave de la escena artística peruana. No habitó nunca sus lugares centrales —en los últimos años eso ha empezado a cambiar, con la renovada circulación de su trabajo en espacios de prestigio y el creciente reconocimiento de su importancia— sino sobre todo los márgenes de su mapa, vinculándose solo de manera tangencial con el mercado y sus intercambios, y buscando más bien construir circuitos alternativos y nuevas audiencias. Desde ese posicionamiento llevó adelante una práctica artística de intenso radicalismo, planeada para incidir sobre la realidad antes que para insertarse en el comercio de imágenes y objetos estéticos. 

En las últimas etapas de su carrera, a partir en particular de los años 90, Salazar practicó su arte como un ejercicio ritual cercano a lo que el discurso antropológico denomina "magia", destinado a producir efectos sociales específicos mediante intervenciones estratégicas en el espacio público y la conciencia colectiva. 

Un mérito importante —uno entre varios— de Un fabricante de figuras. Historia y forma en Juan Javier Salazar, el nuevo libro de Mijail Mitrovic (publicado bajo el sello de Jedeque Ediciones, con edición de Miguel Cordero y diseño de Fernando Nureña Cruz) es la clara conexión que establece entre esta práctica ritual de los años 90 y posteriores, y períodos previos del trabajo de Salazar, delineando sus continuidades y sus insistencias ahí donde podría tenderse a ver una profunda cesura. 

Como el subtítulo sugiere, este es un esfuerzo de historización, y se mueve en dos sentidos concurrentes. Por un lado, se trata de periodizar la obra del artista y ponerla en contexto, no solo en términos de la esfera del arte, sino también en términos de la historia reciente del Perú (especialmente su historia política), a la cual esa obra responde y de la cual toma mucha de su materia prima. Por otro lado, se trata de dilucidar el modo en el que la obra lidia con esos materiales históricos, los procesos y procedimientos mediante los cuales los formaliza en objetos, acciones e imágenes específicas.

Quien conozca el trabajo previo de Mitrovic (por ejemplo, su estupendo estudio Extravíos de la forma o su valioso ensayo sobre la crítica marxista del arte en el Perú de los años 70 y 80), conocerá también los alcances de este método de doble mapeo, que le permite al crítico mirar en detalle el objeto o la forma a la vez que expande la perspectiva para considerar las implicancias de su materialidad en el espacio social. Dos registros de lectura e interpretación que se dotan mutuamente de sentido y no se quieren nunca perder el uno al otro de vista, en buena medida porque es de esa forma simultánea, y no como una colección de atributos aislados e incomunicados entre sí, que el arte se practica y existe en la sociedad. Enfocándose ahora de manera extendida en el proceso de Juan Javier Salazar, anclándose incluso en momentos precisos de su devenir biográfico, esta metodología no solo ilumina aspectos cruciales de una obra individual y singular, sino que también traza, con ellos, un tránsito sustancial en la cultura política peruana en las últimas cuatro décadas, y contribuye así a la comprensión y la crítica de nuestro presente.

El tránsito al que me refiero es el que va de la efervescencia política y la percepción de un momento de posibilidades revolucionarias en los años 70, a una brutal polarización y deterioro durante el periodo del conflicto armado interno en la década siguiente, y de ahí a los años de la dictadura fujimorista y la entronización del régimen neoliberal con características nacionales bajo el que todavía vivimos. En relación a la obra de Salazar y sus procesos, Un fabricante de figuras identifica un pasaje de la "praxis" a la "utopía", la primera correspondiente a momentos de intensa militancia y engarce con el movimiento popular en alza, la segunda vinculada a las derrotas y repliegues de ese movimiento, y a la necesidad de seguir produciendo arte bajo la recompuesta dictadura del capital y el orden plutocrático.

No me detendré aquí en las obras, ideas, proyectos y propuestas específicas de Salazar en las que Mitrovic basa este argumento, que encuentro iluminador y convincente. A quien se interese le recomiendo la lectura del libro (que viene ilustrado de manera económica y efectiva), para la cual no hay substituto. Lo que quiero subrayar es que, de acuerdo con el crítico, entre estos dos momentos del proceso de Salazar hay menos una ruptura que una continuidad, menos un quiebre que una adaptación evolutiva, y que su trasfondo es el pertinaz mantenimiento del deseo fundante del artista, punto de origen y motivo de sus acciones simbólicas: inscribir el arte en el tejido social y usarlo como un instrumento para cambiar la vida.

foto: carlos carnero / librería inestable

Un fabricante de figuras postula que este deseo no resulta principalmente de un prurito estético vanguardista, sino que tiene sus raíces en el compromiso revolucionario de las primeras épocas; en condiciones de repliegue y derrota del movimiento popular, ese compromiso se desplaza y se transforma hacia otras formas de activismo, incorpora otros modos de mirar y otros contenidos (por ejemplo, los del mito y el discurso antropológico), se enfoca en la larga duración y ya no en la urgente inmediatez del momento vivido, se hace "utópico", pero no se pierde del horizonte de la práctica artística. Al contrario —y a contramano de lo que está sucediendo al mismo tiempo en el país en general y en la esfera del arte en particular—, se reafirma.

En la obra de Juan Javier Salazar, según propone Mitrovic, las figuras elaboradas y puestas en circulación en una multiplicidad de variaciones y formatos son las portadoras emblemáticas de ese reafirmado horizonte revolucionario. Ellas combinan en una unidad indisoluble el elemento visual y el elemento narrativo de su trabajo, e integran en un mismo ente material todos los niveles de su historicidad. Las figuras, escribe el crítico, llevan la forma artística y la representación iconográfica a un encuentro con la experiencia colectiva e individual, trenzando elementos objetivos y subjetivos y quebrando las sobredeterminaciones del mero formalismo, una trampa permanente para el arte de estos tiempos. Son ellas las que hacen posible invocar desde la práctica artística un contrarrelato que se oponga, erosione y finalmente deshaga las historias dominantes.

Así, con todos sus logros y también con sus contradicciones, el trabajo de Juan Javier Salazar en pos de la construcción de nuevos circuitos y nuevas audiencias, sus intervenciones rituales en el espacio público y todas las variadas, multifacéticas apuestas de su obra plástica, audiovisual e incluso literaria aparecen en última instancia como parte de un proyecto de largo aliento hacia la construcción de una subjetividad colectiva distinta, basada en saberes, relatos, afectos y solidaridades contrapuestas a aquellas que se gestan en el orden hegemónico y las prácticas del poder establecido. En particular —y este es, creo, uno de los insights más valiosos del libro— se trata de trascender la postura crítica que arte contemporáneo con frecuencia adopta de manera mecánica en sus discursos, para convertirla en una positividad política con posibilidades revolucionarias. En otras palabras, se trata de crear lo nuevo en el arte y no simplemente de crear un arte nuevo.

Ese es el legado de Juan Javier Salazar y el punto de apoyo de su continua vigencia, que Mitrovic fundamenta con solvencia analítica y teórica. Se trata, además, de un libro escrito con evidente admiración y afecto, lo que le da a su bien calibrada prosa académica una apreciable textura personal, una vibración emotiva. Esa vibración es contagiosa y hace de Un fabricante de figuras una lectura doblemente recomendable. Es difícil cerrar el libro sin sentir ese mismo aprecio por Juan Javier Salazar, un artista singular cuya huella sin duda necesitamos viva.


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Un fabricante de figuras se distribuye de manera gratuita a través de la Librería Inestable, en Lima. El libro se presentará en línea el 11 de junio.

(Foto de portada: Museo de Antioquía. Artículo publicado originalmente en Noticias SER)